Dibujos del desarraigo
Solo las terribles alergias del desencanto logran atravesar la triste niebla del trazo fulgurante en la raya y el tono. Solo la nostalgia de lo que durante largo tiempo ha mantenido en vilo la cultura del espacio translúcido puede provocar la ligera mirada de lo mínimo y lo ultra sensible. El mundo, se trata de atrapar con la fuerza de lo insignificante el impulso atónito del querer dibujar siempre con la observación lo suficientemente atenta a los detalles imperceptibles.
Cuando un ser que se ha dejado insuflar del placer celosamente enriquecido del caminar por la extrañeza muchas veces sintoniza con naturalezas para otros inexistentes, transgrede a veces sin proponérselo el sentido del dibujo interiorizado como un mecanismo de traducción vivo. Esa maquinaria tiene como único propósito extraer cuanta experiencia se halla condensada en los intersticios de un pensamiento afincado, las más de las veces, en lo oculto, en aquella dendrita última, celda autónoma desde dónde surge la forma con su arsenal de ficción.
Dibujar por lo tanto requiere de una disciplina doble, por una parte, responde a un juego de emisiones, tránsitos, y diversas formas convulsas de la imagen dentro de contextos cada vez más divergentes. Por otra parte, el dibujo responde como una acción exenta de modas hacia la construcción de una exquisita receta de simbologías dispuestas a develar de lo que están hechas las cosas. Con ambas capacidades del dibujo los que se exponen a él se convierten, no tanto en artistas de la programática repetición, sino en receptores flotantes expuestos a sincronías autoimpuestas habitualmente.
Las obras de Alejandro Múnera sorprenden porque logran un diálogo de intersecciones entre lo cotidiano y la posibilidad de la expectación, donde figuras humanas pretenden la sinergia de lo inanimado y otros animales refuerzan con propósito devastador viejas manías antropomorfas de lo raro en lo urbano excedido. No obstante la pureza impecable de su laboratorio de imagen, lo que se destila en el trasfondo de cada dibujo diarista, son represiones sexuadas ahora convertidas en situaciones que rayan en erotismos tardíos, como si el artista quisiera desgranar cada suspiro de existencia en fábulas sistémicas.
La creación en su trabajo tiene que ver con elaborar un collage mental capaz de exudar anamorfosis letales en calidad de belleza actual. El dibujo sirve para alcanzar resquicios de lo que una vez fue grande y provocador. Sus dibujos devuelven la imagen a un estado anterior a la tragedia, retrotraen en formato de archivo cargas de nuevas mitologías propias de una ecúmene de civilización postapocalíptica. El trazo nervioso de la tinta queriendo rasgar la fibra contenida de una superficie densa pero ligera, informa en líneas sobre el arsenal de la caja guardada que espera ser activada, ya que al abrirse desplegará con insistencia nuevas tendencias vinculantes del juego, pero también de la pasión y de la poesía que representa caminar en Nueva York atravesado por la lentitud frustrante del desarraigo.
Oscar Salamanca